Camino del Norte

Artículo realizado por Joaquín Fdez. Caparrós, publicado en el nº3 de la revista.


© Joaquín Fdez. Caparrós (todas las imágenes del artículo)

Son las tres de la tarde y tras catorce horas de viaje acabo de aterrizar en el aeropuerto de Tromso. Sentado en un banco apuro el bocata que me preparé la anoche anterior mientras consulto la previsión meteorológica para el atardecer. La página www.yr.no ofrece una información fiable a la hora de planificar y tras un último vistazo decido poner rumbo a los Lyngen Alps. De esta forma comienza un anhelado viaje por el norte de Noruega en el que viajo solo y sin reservas previas por lo que mi itinerario los próximos nueve días por esta parte del ártico será totalmente improvisado.

Dos horas después llego a mi destino, pero tan solo he recorrido poco más de cien kilómetros por sinuosas carreteras plagadas de curvas, radares y unos restrictivos límites de velocidad que obligan a tomárselo con calma al ponerse en camino. (La página www.vegvesen.no resulta fundamental para consultar el estado de las carreteras). Estos largos trayectos para cubrir cortas distancias, lejos de ser un problema se convierten en un autentico espectáculo. Imponentes fiordos y montañas se suceden una tras otra, entre ellas brillan intensamente glaciares de los que se desploman de forma vertiginosa bellísimas cascadas.

Finales de septiembre es un gran momento para visitar estos espectaculares paisajes envueltos por el dorado vibrante de las hojas del abedul de corteza plateada y bañados por una mágica y tímida luz que apenas se eleva del horizonte. A este atractivo coctel de luz, desafiantes montañas y coloridos bosques se suma un clima muy dinámico e imprevisible. Es la época más lluviosa del año por estas latitudes, la nieve regresa a los picos de las montañas, si bien las temperaturas aun resultan agradables, las tormentas y vendavales se suceden de forma constante a la vez que las horas de luz se acortan rápidamente con el devenir de los días. Esto obliga a tratar de mantenerse flexible y estar dispuesto en todo momento a los cambios a la hora de planificar, por lo que viajar sin reservas es recomendable. Realmente este clima puede ser frustrante, poniendo a prueba la paciencia y perseverancia, dos de las principales virtudes que tiene que atesorar un fotógrafo de paisaje. Pero este clima tan cambiante suele premiar al que sale a su encuentro y las tormentas dejan tras de sí bellos momentos de luces dramáticas que hacen brillar al paisaje y al espíritu del que lo contempla.

Un clima tan lluvioso implica que se generen muchas horas de inactividad fotográfica durante las jornadas. La mayoría las pasé leyendo o escuchando música en la tienda de campaña, reponiendo fuerzas en un hotel o caminando hasta la próxima ubicación. Los recorridos a pie fueron sin duda increíbles, caminatas con la única compañía de la lluvia y la embriagadora fragancia del húmedo bosque boreal. Este era en principio un viaje fotográfico, pero en muchos instantes dejé de capturar al paisaje y fue este el que me capturó a mí. Momentos de abrumadora soledad por escarpadas montañas y que ya pasado un tiempo se mantienen como recuerdos inolvidables.

El otoño ártico es como un sueño hecho realidad, poder disfrutar de este colorido fue la principal motivación a la hora de viajar. El abedul de corteza plateada es el autentico protagonista, sus ramas se entremezclan con las de alisos, álamos y serbales en frondosos bosques. Mención especial merecen las rojizas hojas del arándano de frutos azules que junto a brezos, líquenes y musgos crean una mullida alfombra multicolor. Nuevamente hay que tener en cuenta los rigores del clima y tener presente que si un vendaval azota a principios de temporada estos bosques, la mayor parte de los árboles serán fácilmente despojados de sus hojas.

Esta región permite disfrutar de un especial encuentro entre las montañas y el mar. Para mi sorpresa estás gélidas aguas bañan algunas playas de fina arena blanca que en algunos momentos te pueden transportar a otras latitudes. Digna de mención es Ersfjord Beach, una de las playas más bonitas de la Isla de Senja, que en esta época del año apenas recibe visitantes. Su ubicación, la disponibilidad de zona de acampada libre y un WC en perfecto estado de revista lo convierten en un lugar interesante para pasar unos cuantos días. A mí más que la espectacularidad del entorno y sus comodidades, me atraparon en el lugar estos trazos de arena.

Tanto Los Lyngen Alps como la isla de Senja por donde discurrió la segunda parte del viaje, son un paraíso para cualquiera que desee disfrutar de un paisaje de salvaje belleza ya sea por el hecho de fotografiarlo o sencillamente contemplar una naturaleza idílica. Ambos lugares están repletos de itinerarios que te conducen a bosques, glaciares, cascadas, lagos, profundos cañones y afilados picos donde salvando moderados desniveles es posible disfrutar de espectaculares vistas panorámicas de las montañas y el océano circundante.

Algunos de estos parajes son fácilmente accesibles y muy populares, imágenes icónicas de estos fotogénicos paisajes los convierten en auténticos lugares de peregrinación. Desde luego nada que ver con algunas zonas de Islandia, en las que la alta concentración de personas cámara en ristre puede dar lugar a situaciones surrealistas e indeseables. Solo en la isla de Senja y en una única ubicación, sentí que estaba en un lugar masificado, decenas de personas que viajaban en diferentes “photo tours” se colocaban sin el menor reparo delante de mi cámara. Quizá los organizadores de estos viajes deberían añadir al programa de su tour alguna clase magistral de educación.

Visitar lugares tan fotogénicos y populares también conlleva que sea sencillo que acabes tomando otra más de las fotografías que saturan este mundo repleto de imágenes resultonas. Pero ya hace tiempo que tengo claro para qué y por qué fotografío y cuándo lo hago solo pienso en disfrutar de la experiencia, del paisaje, de la luz, fotografío para mi y solo aprieto el botón cuando veo lo que deseo expresar.

Creo que no se trata de coleccionar buenas fotografías que hagan bulto en la galería de tu portafolio, sino de acumular experiencias gratificantes y dignas de recordar cuando vuelves la vista sobre tus propias imágenes.

Autor: Joaquín Fernández Caparrós