Entre el Frío y la Savia

Artículo realizado por Miguel Rubio, publicado en el nº5 de la revista.


© Miguel Rubio (todas las imágenes)

«Afuera el torbellino blanco sopla con vigor. Y, una vez más, será mi corteza el cálido hogar que me proteja”.
Con estas palabras inicio una serie de fotografías que muestran la batalla entre la dureza del invierno y la resistencia de los árboles, gracias a sus robustas cortezas que protegen su interior, su savia.
Sin embargo, durante este artículo no me centraré en la serie sino que contaré cómo se sucedieron los dos días en los que estuve bajo esas condiciones.

Día 1

La nieve es quizás uno de los elementos más atractivos para un fotógrafo de naturaleza. La mayoría de nosotros hemos soñado alguna vez con esos grandes paisajes repletos de nieve virgen y majestuosos árboles y, ¿por qué no?, también con algún animal apareciendo en escena (puestos a soñar).
Yo no soy indiferente a esa atracción, de hecho me atrae el enfrentarme a paisajes extremos donde sienta verdaderamente el frío.
Durante mi estancia en Madrid, se sucedieron muchos de estos días, pero especialmente fueron varios en los que la nieve fue la protagonista. Siendo yo del sur era algo que no podía desaprovechar y me puse manos a la obra observando el tiempo en internet para intentar “cazar” las mejores condiciones posibles de nieve, y cuando digo “mejores condiciones” me refiero a una nieve lo más virgen posible y sin pisadas.

Finalmente, a principios de enero estaba un domingo en casa y observé en internet que el lunes daban buena previsión de nieve en la Sierra de Guadarrama, así que me llené de valor para salir del caliente hogar y comencé a organizar la salida con varios compañeros.

Escogí acudir al puerto de Cotos porque era un lugar que había explorado en internet y sabía que podía ofrecerme diferentes situaciones y también sujetos interesantes para fotografiar. Se encuentra a unos 1830 m de altitud, y se sitúa en la sierra de Guadarrama que separa las provincias de Segovia y Madrid. El nombre de “Los Cotos” se debe a los pequeños postes de piedra que había en el siglo XX para indicar el camino que lo atravesaba cuando la nieve era abundante.

El acceso a este lugar se puede hacer en vehículo por la carretera M-604 y, también a través de la línea C-9 de Cercanías Madrid (conocida también como Ferrocarril de Cotos) que une las estaciones de Cercedilla y el puerto de Cotos y que cuesta unos 18€, el billete de ida y vuelta, un poco caro quizás, pero los paisajes que se muestran durante el trayecto son impresionantes.

Una vez llegué a la estación del puerto, no quedé defraudado, puesto que había estado nevando toda la noche y la niebla gobernaba gran parte del paisaje. Antes había estado en situaciones de nieve en montaña, pero siempre lo había hecho sin cámara o los árboles a fotografiar no eran lo suficientemente atractivos. Sin embargo, en esta zona, además de otros tipos de árboles también hay pinos silvestres que contrastan con su corteza roja en la nieve y que poseen un laberinto de ramas muy interesante.

En ese momento tenía varias ideas en mi cabeza y pensaba en la adversidad de la climatología y en cómo podían sobrevivir a tales condiciones tanto fauna como flora. Es muy probable que el hecho de pensar en ello y encontrarme con un árbol totalmente aislado por la niebla y en soledad me hiciera centrarme en conseguir imágenes que evocasen la resistencia con la que un árbol debe entregarse al frío del invierno.

Más allá de la serie que se iba cuajando en mi mente, decidí no dejar pasar la oportunidad de fotografiar otras situaciones que se iban presentando, más adelante estando ya en casa vería que quizás fue un error puesto que es posible que hubiera conseguido mayor riqueza en cuanto a la serie se refiere, si me hubiera centrado solamente en un tema, pero tampoco me arrepiento de ello puesto que todo lo demás también nos aporta riqueza de una forma u otra.

Cuando la niebla se abrió y el paisaje comenzó a cambiar, fueron presentándose las demás situaciones y, de todas ellas, destacaría mi fijación en las ramas estrechas y largas de los árboles que habían caído sobre la nieve virgen. Automáticamente pensé en realizar claves altas para destacar las figuras minimalistas que se producían sobre el blanco de la nieve y, en definitiva, como el negro de las ramas se convertía en un trazo sobre el blanco manto.

La hora del tren de vuelta estaba llegando y, tras reponernos con un buen caldo caliente en la Venta Marcelino, regresamos a Madrid. Pero, yo ya había decidido que en el momento en el que se repitiera una situación climatológica parecida tenía que volver y continuar con el trabajo.

Día 2

No fue hasta principios de febrero cuando se volvió a repetir una situación similar. Lo preparé todo y volví a subir al mismo lugar con mi amigo Charlie, pero esta vez alquilamos unas raquetas de nieve para poder recorrer más la zona.

Si en enero la situación era una niebla densa y una nieve virgen, ahora era igual, pero a esto había que sumarle que estaba nevando muchísimo.

Esta vez, había visto en internet una posible zona próxima al refugio de El Pingarrón, donde los árboles estarían más separados entre sí, así que me dirigí a esa zona.

Al llegar y observar aquel campo abierto, la emoción me pudo y una sonrisa se me abrió de par en par. Había soñado muchas veces con una situación así y aquel día era extraordinaria.

En esta ocasión, me centré solamente en los árboles y, como nevaba tantísimo, decidí darle uso al flash a máxima potencia tanto para congelar los copos de nieve como para reflejar los trazos que dejaban a su paso (usando el flash a la segunda cortinilla).

Recorrí el lugar intentando mostrar diferentes situaciones y composiciones, aunque en algunos momentos me resultaba difícil por la adversidad con la que el clima azotaba. No es sencillo centrarse 100% cuando tienes que estar limpiando de forma continua el objetivo para poder hacer fotografías sin manchas indeseadas.

El tiempo pasó como un suspiro y cuando miré el reloj, la hora de vuelta del tren estaba próxima y tenía que volver a la estación. Ojalá hubiera podido estar muchas más horas en aquel lugar, pero ¿qué sería del tiempo si fuera infinito? Entonces, quizás, carecería de todo el valor que posee para nosotros. Debemos aprovechar el tiempo y las situaciones que nos ofrece, pero sin ansiedad. Así que, mientras esperaba al tren, me tomé un buen vaso de vino (o dos) y algo caliente junto a Charlie, y disfrutamos de nuestra charla comentando el día que habíamos vivido entre árboles y nieve, un día que nunca olvidaremos.

Autor: Miguel Rubio