La foto que nunca te conté ...

"¿Solo para nuestras retinas?" por Fran Rubia


Sedona Mittons

Sedona Mittons © Michael Wilson

He escuchado muchas veces en conferencias, tertulias de fotografía… que las mejores imágenes son aquellas que están por venir, las que haremos mañana… la verdad, suena transcendental, muy poético y el eslogan convence bastante rápido pero sinceramente a mi parecer no es así.

Creo que las mejores imágenes son aquellas que nos cogió in situ, que tuvimos la oportunidad de realizarlas, estábamos en el lugar perfecto, la luz era fantástica, la atmósfera apabullaba, todo frente a nuestras retinas pero hubo un detalle, un matiz que nos lo impidió y lo frustró todo, esas sí que no se nos olvidan jamás, y además nos martirizan el cerebro constantemente durante años porque además nuestro cerebro que es muy inteligente confabulado con nuestra memoria las va mitificando mes a mes. No creo que trate de convencer vendiendo un mensaje pesimista frente a uno optimista, simplemente dejar constancia de la huella que deja una imagen en el corazón, que nunca tuvimos en la pantalla de nuestra cámara.

Porque una imagen que harás mañana no tiene luz , ni tiene colores, ni encuadre y composición, no tiene momento ni protagonista pero una que atrapaste con tu memoria pero solo con ella, cuando eres fotógrafo creo que es la peor de las torturas a la que se nos puede someter en vida, puesto que estaba «ahí» a unos metros, frente a ti y se diluyó entre las nubes.

Os voy a contar una pequeña historia que transcurre en un precioso pueblo de Arizona llamado Sedona a 1300 mts de altura y en pleno invierno, pero la historia comienza antes, organizando la logística del viaje y previendo las condiciones atmosféricas en esa época y a esas alturas, alquilamos a nuestra multinacional de confianza de rent a car un todoterreno tracción 4wd para nuestro futuro viaje unos meses antes, digo de confianza porque en nuestro caso teníamos hasta una tarjeta platino, lo máximo en prestaciones en este sentido.

Pues bien aterrizamos en Phoenix a finales de enero de 2017, y el vehículo que nos habían preparado era solo tracción delantera, una clara negligencia (existen las dos versiones, delantera e integral) pero quizás debido al jet lag de tantas horas y transbordos en aeropuertos, a nuestra ilusión de arrancar y empezar «ya» la aventura, no lo averiguamos en ese momento, al cogerlo en el aeropuerto y pasamos ese detalle por alto. Hay un desnivel de 1000 mts en esos casi 200 kms que separan Phoenix de Sedona, llegamos de noche y nevando y justo el coche nos empezó a patinar en la pequeña loma de acceso al hotel, con más nieve por estar menos transitada, unos 50mts de desnivel por encima del pueblo. Así que dejamos el vehículo en el pueblo y un «taxi especial » nos subió al hotel.

Mal presagio empezar así, no me afectan esos augurios, pero el hecho es que estábamos sin coche para nuestro viaje, y teníamos que gestionar de alguna manera y rápido la situación porque al día siguiente salíamos para el Gran Cañón entre tormentas de nieve y no queríamos perder ni un minuto en gestiones previas.

A la mañana siguiente volvió a amanecer nevando, nos bajaron hasta nuestro vehículo en el pueblo y teníamos que conseguir llegar hasta el aeropuerto de Flagstaff a 2100 mts de desnivel, porque era allí donde había una oficina de la compañía y podríamos solucionar el cambio de coche, así que os podéis imaginar la tensión de no quedarnos patinando en cualquier descanso de la carretera.

Y es en este punto, al amanecer, al salir de Sedona y coger la carretera del valle de Oak Creek Canyon junto al río cuando en mi ignorancia empecé a ver uno de los paisajes más mágicos que haya visto en mi vida, montañas de arenisca rojo intenso como catedrales aderezadas de nieve por todos sus flancos y rodeadas de niebla con rayos de luz discontinuos a través del bosque junto al río de una belleza sobrecogedora, y nosotros no podíamos parar porque esa carretera no tenía arcenes y si había algún punto, no podíamos arriesgarnos a quedarnos sin tracción y sin cobertura durante horas, así que fue un flash de pura felicidad pero «solo para nuestras retinas».

El grado de impotencia fue mayor, para colmo justo en ese tramo conducía yo y ni siquiera podía bajar mi adrenalina disparando por la ventana y creo que de alguna manera afecta aún más, pero la responsabilidad de salvar la situación y llegar al destino para el cambio de vehículo era muy prioritario, además después nos esperaba el plato fuerte y el cúmulo de sensaciones era indescriptible.

Para los que desconocen el lugar, es el segundo lugar más visitado del estado de  Arizona, después del Gran Cañón y famoso por sus icónicas montañas rojas, donde se han rodado decenas de películas del viejo oeste. Así que os dejo con una fotografía de Michael Wilson, que ha tenido el detalle de prestárnosla para la sección, gracias Michael!! por no dejar el artículo huérfano de imagen, pero podéis investigar el lugar por la red y os podréis hacer una idea de esas imágenes envueltas en esa atmósfera que os cuento y que siempre nos atormentaran en nuestro interior!!

Autor: Fran Rubia