La floración del almendro

Artículo realizado por Federico García Maroto, publicado en el nº6 de la revista.


La floración del almendro

© Federico García Maroto (todas las imágenes)

Nunca me han seducido demasiado los paisajes agrícolas; siempre he preferido contemplar los montes en su estado natural, aunque a veces cueste imaginar cómo fueron en realidad antes de que el ser humano dejase su huella en ellos. Un día de Enero en 2015, un amigo se ofreció a enseñarme cómo lucían en esa época los campos de la Contraviesa, en la baja Alpujarra granadina. El viaje comenzó con el amanecer en la playa de la Rijana, un lugar del que sólo tenía un vago recuerdo de la niñez, y terminó más de allá de la puesta, después de recorrer largos kilómetros a través de paisajes moteados de rosa y blanco, donde los ocres de los labrados eran sustituidos veces por luminosos tapices de hierba. Algo debió despertar en mi interior, seguramente avivado por aquellos recuerdos de infancia, porque desde entonces no he faltado cada año a mi cita con la floración del almendro.

La floración del almendro
La floración del almendro

Cada invierno, cuando los demás árboles reposan paralizados por las bajas temperaturas y las escasas horas de luz, el almendro despierta y, antes incluso de desarrollar sus hojas, se cubre con sus espléndidas flores. Es ésta una peculiaridad que ya recogían los antiguos, y que no ha pasado desapercibida para la mitología. Según cuenta la leyenda, la princesa tracia Fílide, una de las hijas del rey Midas, se enamoró de Acamante, un soldado que combatía en la guerra de Troya. Al enterarse de la destrucción de la ciudad, Fílide acudía desesperada todos los días a la costa, esperando el ansiado regreso. Tras nueve días, y creyendo que Acamante habría perecido, la joven murió de pena. Esto debió enternecer a la diosa Atenea, pues la convirtió en un hermoso almendro. Al día siguiente, una vez que su barco fue reparado, Acamante llegó a puerto, aunque solo pudo ya acariciar la áspera corteza del árbol mientras que Fílide respondía a su amor floreciendo de repente para darle consuelo.

La floración del almendro

Mitos como el de Fílide nos muestran algunas de las connotaciones que asociamos en las culturas occidentales con este árbol, como la vida eterna, o el amor que todo lo supera, incluso la muerte. Sin embargo, este es tan solo uno de los muchos mitos y leyendas que surgieron en torno a este árbol, como numerosos son también los significados que se otorgan al almendro y sus flores. Quizás los más próximos a nuestra cultura actual sean los que describe D. Miguel Herrero Uceda en su libro “El alma de los árboles”, pues – con su cúpula de flores blancas, el almendro, árbol de la juventud, de la alegría, trasmite una idea de pureza, de nobles sentimientos; por eso se asocia al amor juvenil, al amor puro, al primer amor –.

La floración del almendro

Al margen de estas asociaciones, resulta difícil sustraerse a la belleza de su espectacular floración, la delicadeza de sus flores, que destacan por su tamaño y suaves colores, variando desde el blanco puro a un rosa intenso, incrementándose éste último conforme nos acercamos al centro de la flor.

La floración del almendro

También la simetría perfecta de sus flores pentámeras, de las que sobresalen a modo de penacho sus numerosos estambres amarillos. Y, cómo no, el modo en que las flores se iluminan en el contraluz a través de sus pétalos translúcidos, haciéndolas destacar sobre las desaliñadas ramas, un contraste que resulta aún más patente frente a la aspereza del retorcido y oscuro tronco. No resulta extraño, pues, que la belleza de los almendros en flor, junto a las connotaciones que habitualmente asociamos, hayan sido objeto de la obra de numerosos artistas, desde poetas a pintores. En nuestra cultura mediterránea, el almendro ha atraído la atención de muchos pintores, de forma análoga a como lo ha hecho el cerezo desde tiempo inmemorial en culturas asiáticas como la japonesa. Pintores de muy diversos estilos, desde impresionistas, como Monet o Pissarro, a hiperrealistas como Antonio López, pasando por Sorolla o Van Gogh, han prestado su particular mirada a la hora de retratar este árbol. Quizás entre todas esas obras la más famosa sea “Almendro en flor”, del post-impresionista Van Gogh, quien la consideró como una de sus mejores pinturas. Y es que, entre todos los estilos pictóricos, seguramente sea el impresionismo, en sus diferentes versiones, el que mejor ha plasmado las cualidades de este magnífico árbol. La característica pincelada corta, trazada de forma rápida y espontánea, dando lugar a esas pequeñas manchas de pigmentos puros que solo cobran sentido cuando se mezclan en la mente del observador. Estas son la base de un estilo que capta de forma inigualable las impresiones fugaces de los árboles a modo de destellos sobre el tapiz de los campos, de la luz que parece emanar de las flores entre sus ramas, otorgando al sujeto una particular intensidad y viveza.

La floración del almendro
La floración del almendro

Desde el mes de Enero, y particularmente en el de Febrero, tenemos la oportunidad de disfrutar del maravilloso paisaje que ofrece la floración de los almendros en la Alpujarra baja – desde la Contraviesa a la Sierra de Lújar –. Los campos alrededor de pueblos como Cádiar, Torvizcón, Rubite, Murtas, Polopos o Sorvilán, se cubren con las abundantes flores de sus almendros, ofreciendo vistas únicas tanto hacia las blancas cumbres de Sierra Nevada, como hacia el mar Mediterráneo, cuando miramos en dirección contraria. Prácticamente todo el terreno de la comarca ha sido o fue labrado en la antigüedad, quedando escasos restos de la vegetación autóctona, principalmente encinas y alcornoques, en algunos puntos como el Haza del Lino. Y es que en la Alpujarra los almendros reemplazaron a las grandes plantaciones de viñedo tras ser éstas arrasadas por una plaga de filoxera, en los años 80 del siglo XIX, lo que provocaría un gran éxodo de población en la zona. Gracias a su cultivo se logró evitar el abandono de los campos y el avance de la desertificación. Los cultivos de almendro se extienden a través de una gran extensión, superando las 10.000 Ha en esta comarca, trepando desde las ramblas hasta los cerros más altos y empinados. Los almendros, junto a las vides y las higueras, han sido desde hace años, y siguen siendo, los principales cultivos de estos campos, y también los que confieren su particular fisionomía a este paisaje agrícola. Los sectores ocres del viñedo labrado se ven atravesados por las perfectas líneas que dibujan las oscuras cepas, aún desnudas en el mes de Febrero, y contrastan vivamente con la luminosidad y el colorido de los almendros en flor. Las higueras aparecen también en este paisaje, aunque de forma más discreta, semejando espectros errantes con sus largas ramas desnudas y blanquecinas en esta época del año.

La floración del almendro

Los cortijos abandonados, la mayoría de ellos en ruinas, son otro característico elemento dentro de este paisaje, testigos mudos y tristes que nos recuerdan un pasado esplendor, aunque también la dura vida de los trabajadores del campo entre los años 40 y 70 del siglo pasado. En esa época, estos cortijos estaban principalmente habitados por los jornaleros que trabajaban la tierra a cambio de poco más que del sustento.

La floración del almendro

Por esos años, la Contraviesa alcanzó su máximo de población, antes de que se produjera la emigración masiva a otros lugares. El paisaje cambió, sobre todo a partir de los años 40 cuando, de no existir apenas almendros, la comarca pasó a convertirse en la principal productora de almendra en nuestro país, en detrimento de los ganaderos que vieron disminuir drásticamente sus pastos y rebaños.

La floración del almendro
La floración del almendro

Las labores del campo, el labrado, la siembra o, ya en el verano, la siega, eran tareas aún sin mecanizar y debían realizarse con mulas y bueyes, todo lo cual requería una abundante mano de obra. En cada cortijo podían habitar dos o tres familias, los padres, los abuelos y algunos hijos, a veces también con su propia familia. Los almendros eran la principal fuente de ingresos y de trabajo para los habitantes de la zona, y se recogían miles de kilos de almendra a la que, una vez recogida del árbol, había que quitarle la cáscara a mano, o mondarla, para su venta posterior. La gente de los pueblos se juntaba para realizar esa tarea que empezaba en el mes de Septiembre, tras la recolección, y se extendía hasta el final de año. De noche ya, tras finalizar la jornada laboral, los vecinos se reunían en las casas donde se había recogido almendra, y ayudaban en la monda de forma desinteresada. Era éste un motivo de reunión social donde se pasaba el rato de cháchara, e incluso los más jóvenes aprovechaban para intentar ligar lanzando cáscaras a la pretendida. Al final, el dueño de la casa invitaba a vino, higos, o lo que tuviese a mano. Toda esta forma de vida cambió con la llegada, a partir de los años 70, de la mecanización, algo que redujo drásticamente la necesidad de mano de obra en el campo, siendo éste uno de los factores que provocaron la emigración y el abandono de muchos de los cortijos.

La floración del almendro
La floración del almendro
La floración del almendro
Autor: Federico García Maroto