Oportunidades

Artículo realizado por Javier Blanes, publicado en el nº6 de la revista.


© Javier Blanes

Uno de los aspectos que solemos apreciar más los fotógrafos de naturaleza es el de buscar o encontrarnos con situaciones extraordinarias, sobre todo en los lugares que más solemos frecuentar. Estos momentos nos pueden dar imágenes únicas que son muy difíciles que vuelvan a repetirse dando más valor a las fotografías conseguidas.

Hay muchas situaciones en las que nos “echamos al campo” para conseguir esto. Algunas situaciones son tormentas eléctricas en las que los rayos se localicen en un lugar soñado, ríos efímeros en las ramblas de un desierto, nevadas en lugares en los que no se suelen producir, heladas extremas, nubes de polvo o simplemente poder encontrar una ventana de luz en ese cielo encapotado que nos de ese momento único.

Cuando se da una de estas situaciones nos encontramos ante una serie de oportunidades que intentamos no dejar pasar. Muchas veces estas oportunidades pasan delante de nosotros y no somos capaces de ver el potencial de estas situaciones que nos brinda la naturaleza. En este artículo voy a intentar mostrar lo que mi imaginación intuyó como una de estas ocasiones que no podía dejar pasar.

En Septiembre de 2019, el cielo descargó todo su furor en la vertiente mediterránea en forma de lluvias torrenciales. La DANA se cebó con muchas comarcas en forma de inundaciones, crecidas y desbordamientos de ríos y salidas de ramblas torrenciales. El paisaje que dejó tras su paso fue dantesco en muchos casos, destruyendo cosechas, casas e incluso vidas humanas.

En la barriada almeriense de Cabo de Gata quedaron inundados todos sus alrededores. Las ramblas recogieron toda la basura acumulada, llevándola hasta el mar, llenándolo de plásticos y barro. Quien haya visto el azul del mar en este lugar no creo que llegue a imaginar verlo de aquel marrón pastoso

El sábado 15 me acerqué al lugar sin saber lo que me iba a encontrar y tampoco sabía si iba a poder acceder al pueblo, ya que la carretera había estado cortada. Pude acceder pasando por encima del agua en un tramo; era curioso estar allí y sentirte rodeado completamente de agua. El día estaba bastante ventoso, por los coletazos de la DANA y apenas hice fotos, pero me fijé en todas esas plantas asomando entre el agua y supe que había posibilidad de hacer algo distinto del lugar.

Ante tanta desgracia, para el fotógrafo se abre un abanico de oportunidades que es difícil de poder volver a presenciar. La flora de este lugar, acostumbrada a un clima árido con escasas precipitaciones que intenta aprovechar hasta las últimas gotas de rocío para poder sobrevivir, se encontraron de pronto con el agua hasta el cuello.

Como bien dice el refrán, “tras la tormenta viene la calma”, y la semana siguiente hizo un tiempo espectacular, sin viento y con una temperatura óptima. Decidí ir todas las mañanas con las primeras luces para intentar captar esa belleza no aparente que me estaba imaginando. Creo que ha sido de las veces que más he disfrutado fotografiando. Apenas pasaban coches por allí, únicamente algunos operarios de limpieza en las playas y yo paseando por aquellos campos inundados, absorto en mi disfrute y soledad.

Quizás, lo más evidente hubiera sido plasmar todo el desastre ecológico tras el arrastre de toneladas de plásticos, latas y basura en general hasta la zona costera, pero esto ya lo estaban haciendo muy bien todos aquellos que se dedican a la fotografía documental.

Al principio lo que más me sorprendió fue ver la cantidad de formas que las plantas creaban con sus reflejos: unas eran de extrema belleza, mientras otras mostraban formas extrañas.

Unos han mirado lo peor de esta situación, otros nos fijamos en ver lo maravillosa que es la naturaleza a pesar de las desgracias que le puedan afectar a las personas. Quiero recordar que los humanos somos los que hemos ocupado la naturaleza y que es imposible que podamos escapar de ella.

Ya lo dijo Ansel Adams “Regresar puede llegar a resultar más gratificante que esperar a que suceda algo …”. Eso es lo que hice, volver durante varios días al mismo lugar. Cada día era diferente, el paisaje cambiaba debido a la bajada progresiva del nivel de las aguas, pero sobre todo por la incidencia del reflejo del cielo ya estuviera despejado, con nubes o encapotado.

En contraposición con los fotógrafos pescadores, yo soy más un fotógrafo cazador. ¿Qué quiere decir esto? No me gusta esperar mucho a que llegue ese momento de luz o algo que pueda suceder en el encuadre. Soy más de andar, mirar y buscar como un cazador. De esta manera me fui fijando en la adaptación de algunos insectos al nuevo medio sumergido.

Uno de estos días, me fijé en un saltamontes que saltaba de una rama directamente al agua, seguí observándolo y me sorprendió su capacidad nadadora para llegar a la orilla. A raíz de esto me fijé en otros insectos, y entre todos ellos las libélulas eran las que más proliferaban.

Esta imagen es un ejemplo donde se combina la fotografía de observación, anticipación y reacción. Estaba buscando una posición satisfactoria para esta planta cuando vi una libélula volando cerca de ella. Así que busqué el encuadre y me dispuse a la espera. Sabía que tarde o temprano se acercaría basándome en su comportamiento, aunque lo más difícil de predecir era si la composición resultante sería satisfactoria, ya que no tendría muchas oportunidades. No tardó más de un par de minutos en llegar al encuadre elegido pasando por el lado que había dejado para ello. Siempre hace falta un poco de suerte para que suceda lo que tienes en mente. Mi objetivo era introducir algo de dinamismo y tensión entre los elementos en una composición que de otro modo hubiera resultado muy estática.

En los largos periodos de observación me fijé en las aves del entorno, garzas, cigüeñuelas, gaviotas o flamencos que sobrevolaban los campos inundados. Para ellas también todo esto era nuevo y quizás pensaron que estos campos llenos de agua podrían convertirse en un nuevo hábitat para su desarrollo, aunque nunca más lejos de la realidad.

Quizás fue esto lo que me hizo ver e imaginarme aves volando en las tranquilas aguas. La atmósfera creada era la idónea, – la luz lateral de primera hora de la mañana separando y destacando texturas, el reflejo del azul del cielo en el agua – todo esto me hizo huir de la realidad y dejarme llevar nuevamente por la imaginación en ese entorno de tranquilidad y sosiego.

Un objetivo que me planteé desde el inicio fue el intentar poner orden en el caos de aguas y ramas. Esto no es en absoluto evidente hablando de un paisaje efímero con fecha de caducidad, el cuál cambiaba día tras día al ir bajando el nivel de las aguas. Para ello opté por la simplicidad, pero para que funcione esto debía de poder visualizar formas y texturas sugerentes. La simetría de los reflejos me ayudó a plasmar lo que en mi mente se iba gestando. Incluso el exceso de simplificación me llevo a veces a la abstracción y a la ambigüedad.

¿Quién puede imaginar que un puñado de ramajos puedan llegar a resultar potencialmente atractivos?

Una de las decisiones o dilemas que me encontré respecto a fotografiar las formas y texturas que emergían del agua embalsada fue si extraerlas de su entorno de modo que fueran más enigmáticas, o por el contrario incluir otra vegetación para que resultaran más realistas o directas. Aunque en muchos casos hice variaciones de ambas, generalmente me decanté por la isolación de las mismas. Sentí la necesidad de buscar “claves visuales” que pudieran representar animales, seres fantásticos, objetos o incluso poder despertar algunos sentimientos.

En algunos momentos podríamos llegar a pensar que algunas de estas imágenes pudieran parecer bodegones planificados, pero nada más lejos de la realidad. Como hizo Ernst Haas con sus conchas marinas en La Creación en un ejercicio de imaginación, quizás a mí me pasó algo parecido cuando paseaba y miraba todo este entorno sobrecogedor, viendo e imaginando seres a veces reales a veces fantásticos.

Todas estas ramas y plantas dependen de su forma y cómo las interpretemos para pensar que están en el agua o en el cielo. Es decir, veremos si estas flotan o vuelan según la forma del sujeto y en parte según el cielo reflejado en el agua. Este tipo de contraste minimalista fue el fin del trabajo que había estado desarrollando.

Después de 10 días las aguas bajan su nivel filtrándose al subsuelo o vertiéndose al mar. El calor del día hace que la tierra arrastrada se seque y se resquebraje. Las aguas acumuladas en torno a la vegetación se enturbian. A estas alturas se hace casi imposible realizar alguna sesión de fotografía, los mosquitos han proliferado a miles y es imposible escapar de sus picaduras.

En general, he tratado de huir de la realidad para intentar crear imágenes atemporales, abstractas y ambiguas. Para mi todos estos días fueron la oportunidad de hacer algo distinto del lugar. A pesar de todas las adversidades, la vida sigue y siempre se abre paso …

Autor: Javier Blanes